En nuestra propuesta para la recuperación del entorno de la Alcazaba de Guadix, recurrimos a una experiencia dilatada de aproximación y tránsito urbano a través de diferentes tipologías de espacio exterior. La atmósfera recreada recoge valores estéticos y espaciales atemporales bajo un filtro contemporáneo.

La pérdida de conexión entre la ciudad baja de Guadix y su Alcazaba dejó a la fortaleza completamente aislada de la vida cotidiana. Durante muchos años, el recinto amurallado ha existido de espaldas a la ciudad. La forma de ascender hasta la plataforma interior fue, en sus diferentes configuraciones históricas, un mecanismo funcionalmente complejo. Los diferentes tipos de rampa que conectaron la Alcazaba con el plano de la ciudad tuvieron en su día funciones defensivas y logísticas. En nuestra propuesta para la IV Edición del Concurso de Arquitectura Richard H. Driehaus en su localización de Guadix, reinterpretamos la forma de acceso y le otorgamos otras funciones. Además de una escalinata y unos ascensores, el acceso se convierte también en una sucesión de eventos: un vacío, un umbral sombreado, la celebración de la llegada. El acceso se sitúa en una fractura de la muralla sin tocarla, separándose de ella para establecer una clara diferenciación entre ambos tiempos y elementos.

La Plaza Pedro de Mendoza actúa como antesala al monumento fortificado. Proponemos una transformación funcional mediante la reorganización del vial para el tráfico rodado y la eliminación del tramo de la calle Cruz de Piedra que separa la plaza de la fachada con el nuevo acceso a la Alcazaba.

La propuesta de rehabilitación del entorno urbano de la Alcazaba está dirigida a dotar de espacios estanciales para los vecinos y ámbitos reposados desde donde se pueda contemplar el monumento. La acera actual se equipa con mobiliario urbano en las zonas más anchas. Se repavimenta toda la superficie utilizando diferentes tipos de empedrado y ladrillo y se define una plataforma continua para desdibujar el ámbito de rodadura de los vehículos.

El agua se hace presente, se oye, se ve. En la plazoleta que se habilita en la calle San Miguel, una acequia actúa como nexo de la memoria. Es un elemento urbano que se introduce además como regulador térmico ambiental. En el suelo se dispone de una lámina de agua circular que recoge el agua que cae del caño que se desvía de la acequia-fuente.

La manzana residencial objeto de restauración se completa con seis nuevas casas-taller y se rehabilitan las existentes para uso residencial privado. Las nuevas casas se disponen en el perímetro de la parcela para liberar un espacio interior de uso comunitario y acceso público regulado hacia donde se vuelcan los espacios destinados al trabajo. Este patio, además de para el disfrute de los residentes, está destinado a ser un lugar un lugar de encuentro del barrio animado por el desarrollo de actividades artesanales tradicionales. Bajo las nuevas casas se inserta un aparcamiento de uso público para residentes y para visitantes del Hotel-Palacio de Saavedra.

Tradicionalmente, la arquitectura doméstica local se ha organizado en torno al patio que, dependiendo del momento histórico, ha estado más visible hacia la calle o más oculto. Desde una consideración tipológica, el patio también ha sido un mecanismo de control térmico de la casa. En nuestra propuesta, la tipología doméstica confía en dos patios: el central que tiene una finalidad social, y un pequeño patio interior, más privado, que actúa como gradiente interior-exterior. Entre la entrada y el pequeño patio se propone también un zaguán con conexión directa con el exterior. Su uso puede ser múltiple: para incorporarlo a una actividad productiva o destinarlo a una ampliación temporal de la casa.

La identidad material se confía en las fachadas de fábrica de ladrillo macizo pintadas en color blanco, estableciendo una continuidad material y cromática con los edificios de la calle Ibáñez. El patrón macizo-hueco se revisa y se propone un juego alternante de vacíos que evoca la el carácter natural y no planificado de las construcciones vernáculas domésticas.

El paso del tiempo y las diferentes demandas funcionales han desfigurado el Palacio de los Saavedra. El edificio original tiene en la actualidad múltiples añadidos que se han producido sin un criterio claro, sin una estrategia general de intervención sobre el edificio. Nuestra propuesta se centra en eliminar los añadidos hasta dejar el edificio en su estado original. Desaparecen los cuerpos edificados de nulo valor arquitectónico que dan a la calle Amezcua y en su lugar se construye un nuevo sistema de espacios que articula un acceso secundario al edificio. Un nuevo patio se ofrece a la calle, un lugar rehundido, destinado a usarse como parte del restaurante del Hotel — Parador. Interiormente, se hace el mismo ejercicio de depuración y revalorización, para confiar en los valores más puros de una arquitectura ya majestuosa y espacialmente rica desde su origen.

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